El domingo Guillermo y yo asistimos a la recepción que Kathleen Scott (profesora de inglés) hacía en su casa con todos los estudiantes. Su casa es impresionante (very nice, le dije) y la fiesta (una cena 'de pie' que comenzó a las 5 de la tarde) estuvo muy entretenida. Básicamente, me pasé todo el tiempo con mis colegas nipones, que me caen muy bien. Si es posible generalizar tu proximidad y simpatía en una nacionalidad, yo he de decir que con los japoneses siempre me acabo riendo y pasando un buen rato.
Foto de expatriados.
Allí estaba Hiroko, mi compañera de pumpkins y con la que comparto también gustos culinarios (a ambas nos disgusta el chocolate negro y en cambio nos derretimos por el blanco, gusto que los puristas del chocolate nos criticaron en una clase puesto que consideran que el chocolate blanco no existe). Hiroko y su chico, un taiwanés del que sería incapaz reproducir su nombre de nuevo, marchaban a Nueva York y Boston a pasar Navidad y Año Nuevo. Desde allí regresarían a Tokio, de donde ella es originaria. Ya no volveré a tenerla como compañera en las clases de inglés, una pena. Anyway, hemos quedado en vernos en Tokio o Barcelona o wherever.
Con Hiroko, su chico y Lucie.
En la recepción también estaba Lucie, francesa y deportista profesional (compite representando a su país en el salto de altura), que es también muy simpática. Lucie y su chico, Jérome, nos pasaron información sobre un lugar donde surfear en Ventura. Ahora que estoy liberada de Hillary, el surf se ha convertido en una de mis prioridades, así que con el nuevo año el neopreno aparecerá en mi vida.
Otra de mis prioridades es aprender a cocinar de una vez. Con esta idea en la cabeza, ayer me cogí la bicicleta y me fui a Borders. Tras pasarme tres horas hojeando libros de cocina, me di cuenta de la dificultad y el trabajo que suponía hacer un simple plato de fideos con gambas. Y entonces, empecé a agobiarme, a sentir un sudor frío en mi cuerpo y a angustiarme. Me tranquilicé sentándome en un sillón en la sección de graphic novels y leyéndome la historia de un escritor alcohólico, algo menos inquietante y desestabilizador que un libro de cocina.
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